CARLOS GONZÁLEZ GARCÍA
El lugar del zapatismo hoy
No son pocas las voces que, desde una “izquierda” más que falaz y aficionada a las limosnas que, en forma de prebendas, le avientan los poderosos de este país, en tono de burla o de plano molestas se preguntan en torno al silencio de los zapatistas y sus aliados, incluidos los pueblos indígenas, justo en el momento en que la oligarquía neoliberal pretende concluir la privatización del sector energético nacional, privatización que lleva, por lo menos, 19 años caminando.
Se trata de esa “izquierda” acomodaticia que en la mayor parte de esos 19 años no acometió acción alguna, legal o extralegal, encaminada a detener tal privatización silenciosa y a frenar la reclasificación de la petroquímica básica, la reestructuración neoliberal de Pemex, los contratos de servicios múltiples, el esquema Pidiregas, la inconstitucional y rapaz extracción de gas natural por parte de consorcios privados mayoritariamente trasnacionales y la no menos ilegal generación de energía eléctrica en empresas privadas.
Lo anterior a pesar de que las burocracias de esa “izquierda” han ocupado espacios importantes en las cámaras legislativas y encabezan los ejecutivos locales en varios de los estados del país. Aún más, muchos de estos personajes alimentaron su crecimiento y sus clientelas políticas apoyándose en los recursos que ilegal e inmoralmente el Ejecutivo Federal ha exprimido a Pemex, pues, desde el año de 1996 hasta el día de hoy los burócratas parlamentarios de “izquierda” han sido cómplices, junto con el PRI y el PAN, en la aprobación de los neoliberales presupuestos públicos anuales.
Actualmente el EZLN y los pueblos indígenas de México combaten las brutales políticas económicas que, al igual que ocurre con el petróleo, pretenden su destrucción a través de extensivos e intensivos procesos de despojo, explotación y represión capitalista nunca antes vistos. En buena medida la ofensiva neoliberal en contra de los pueblos indígenas de México se apoya en reformas constitucionales y leyes que, como la realizada en materia indígena y las de Aguas Nacionales, de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, de Minería y del Conocimiento Tradicional, fueron votadas por el Congreso de la Unión con la aprobación complaciente y unánime de los partidos autodenominados de izquierda.
La feroz ofensiva militar y paramilitar en contra del EZLN, recrudecida en los últimos tres años; las recientes acciones de despojo y represión desatadas en contra de las bases de apoyo zapatistas, tanto en Los Altos, como en la selva y las cañadas de Chiapas; el silencio cómplice de la “izquierda” legal y la participación activa del gobierno perredista de Chiapas en la guerra de exterminio en contra de los pueblos zapatistas, a la vez que integran un solo y dramático cuadro de la guerra contrainsurgente, explican, desde nuestro punto de vista, el silencio zapatista.
El bestial golpe que el movimiento revolucionario y la Otra Campaña sufrieron en mayo del 2006 en Atenco; la cruenta batalla que los pueblos indígenas libran por su pervivencia; la represión agudizada por el régimen militarista de Calderón, explican la supuesta inmovilidad de los aliados más firmes del zapatismo.
A diferencia de la “izquierda” que hoy apoya su ofensiva contra el gobierno neoliberal de Felipe Calderón en los recursos que el Estado le proporciona, en forma de dietas, supersueldos y prebendas electorales que contrastan dolorosamente con la pobreza de la población, el EZLN y sus aliados han fijado con precisión el carácter anticapitalista de su lucha y, con todas las limitaciones que puedan tener, buscan no sólo frenar la privatización del petróleo, sino desmantelar el Estado neoliberal y construir una sociedad verdaderamente justa, democrática y libre.
Los amplios sectores populares, sobre todo urbanos, aglutinados en el Frente Nacional en Defensa del Petróleo, incluidos muchos de sus dirigentes, han dado una lucha importante en defensa del petróleo y, por supuesto, no pertenecen a la rapaz burocracia partidista y parlamentaria que ha sido capaz de acabar con un partido –el PRD. Luego entonces, la unidad del pueblo en torno a un programa antineoliberal y autónomo del poder es más que posible, sin embargo, para ello es indispensable romper con los hilos que nos atan al poder.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo
sábado, 25 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
MOVIMIENTO INDIGENISTA EN BOLIVIA.
Bolivia tiene la mayor cantidad de población indígena de América Latina, esta población en su mayoría es considerada pobre, marginada y discriminada por una mayoría blanca y mestiza que concentra el poder político y económico. Además, distinto a la situación que se viven en otros países, la mayoría de la población se reconoce como parte de una etnia distinta de la occidental predominante.
Solo con la elección de Evo Morales, el sistema político se hizo un sistema incluyente y donde la población indígena tiene participación en el Congreso. Bolivia actualmente esta viviendo uno de los cambios más profundos donde no existe una única “nación” boliviana en sentido político.
El reconocimiento de la identidad indígena comienza a cambiar desde 1990 como consecuencia de las reformas constitucionales y por el establecimientos de nuevas condiciones generadas a nivel internacional, con la elaboración del Convenio 169 que reemplaza al convenio 107 y sobre el cual la mayoría de los países legislaron en materias indígenas.
El movimiento indígena boliviano tiene dos corrientes que en muchos casos se enfrentan, uno de ellos es el katarismo aymara del Altiplano y el movimiento quechua de los productores de coca de Chapare.
El katarismo es uno de los movimientos indígenas más antiguos, está presente desde la década de los setenta su programa incluye la reconquista de la tierra, la revolución agraria, la industrialización del país, la lucha contra la corrupción y la defensa del cultivo de hojas de coca. Además la reconstitución de de los valores ancentrales “ama sua, ama llulla, ama q’ella” (no seas ladron, no seas mentiroso y no seas flojo) y del antiguo Collasuyo en el cual no habrá “hambre ni miseria”.
En cuanto al movimiento quechua de los productores de coca encabezados por Evo Morales, funda su propio partido en 1987 el MAS (Movimiento al Socialismo), su discurso se basa en la defensa de la hoja de coca y la oposición a la erradicación de los cultivos. No exigen cambios en el modelo político sólo exigían el cumplimiento de los compromisos y la mejora en las condiciones de vida.
El movimiento indígena boliviano a diferencia de otros movimientos indígenas se caracterizan por su capacidad de movilización en acción directa, para ejercer presión al gobierno se han utilizado marchas, huelgas de hambre, paros y bloqueos de caminos.
Desde 1990 han tenido lugar distintas movilizaciones una de ellas es la “Marcha por el territorio y la Dignidad”, la “Guerra del Agua” y la “Guerra del Gas”. El primero de estos movimientos reunió a distintas organizaciones en un solo movimiento social. Se encontraban adheridos al movimiento las etnias de la selva, los cocaleros, los aymaras y los quechuas. La intención era mostrar resistencia frente a las políticas económicas y discriminatorias del Estado boliviano.
El movimiento alcanzaba popularidad a medida que avanzaba y se unían distintos pueblos indígenas para luchar contra el colonialismo aspirando a convertirlo en la era del nuevo Pachacuti, o sea, el retorno de los tiempos gloriosos que cambiaría la suerte de los “hijos del sol”
El otro movimiento importante es la “Guerra del Agua” fue uno de los mayores levantamientos indígenas comienza en abril de 2000 como respuesta al intento del Estado de privatizar el agua, los pueblos indígenas se articularon en la Coordinadora Departamental por la Defensa del agua. El alza del precio del agua potable provocó la protesta de los cochabambinos que hicieron barricadas, incendiaron edificios de los poderes locales, sustituyendo incluso a la policía. Las carreteras fueron bloqueadas por los aymaras en Cochabamba, con Felipe Quispe a la cabeza y por los cocaleros liderados por Evo Morales. El gobierno de la época dictó el estado de sitio en el país y recurrió a la intervención militar que llevó a la muerte a tres personas, dos campesinos y un militar.
La “Guerra del Agua” tuvo una segunda etapa que incluyó de parte del gobierno un nuevo intento por privatizar las vertientes y los ríos administrados por los indígenas. El movimiento indígena retomó el bloqueo de caminos que duró casi un mes. Esta movilización fue masiva y destacó sobre todo la participación de los aymaras. La lucha tomó más fuerza y amenazaron a las autoridades del país con sacar al Presidente de la República y a los parlamentarios para recuperar lo que les corresponde. En La Paz hubo desabastecimiento de productos alimenticios por lo tanto el gobierno se vio obligado a negociar.
El cuarto enfrentamiento entre los indígenas y el gobierno fue el de 2003 conocido también como al “Guerra del Gas”, que se produce para exigir la estatización de los hidrocarburos y la industrialización del gas boliviano. Este movimiento abarcó cinco departamentos: La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca. A pesar de la alta representatividad que obtuvieron los indígenas en las elecciones de 2002, la coalición de partidos tradicionales como el MNR y el MIR aprobaba leyes desfavorables para el sector popular. Entre las leyes que se promulgaron para debilitar el movimiento indígena esta la “Ley de Seguridad Ciudadana” que sancionaba el bloqueo de caminos
El movimiento indígena en Bolivia ha traído a la discusión temas que habían permanecido en la inercia, como el de la “nación” boliviana que no es entendida para todos igual. La elite criolla que enmarcada en las “estructuras tradicionales” en las cuales se marginaba a la mayoría indígena, y en la cual se trataban de establecer como una nación homogénea étnica y culturalmente, frente a la otra visión que esta por la incorporación de todos los pueblos como etnias diferentes que conforman un país en el cual, si bien, cada uno es boliviano se reconoce su pertenencia a un grupo étnico en particular, es decir, un camino hacia una nación “pluricultural”.
Solo con la elección de Evo Morales, el sistema político se hizo un sistema incluyente y donde la población indígena tiene participación en el Congreso. Bolivia actualmente esta viviendo uno de los cambios más profundos donde no existe una única “nación” boliviana en sentido político.
El reconocimiento de la identidad indígena comienza a cambiar desde 1990 como consecuencia de las reformas constitucionales y por el establecimientos de nuevas condiciones generadas a nivel internacional, con la elaboración del Convenio 169 que reemplaza al convenio 107 y sobre el cual la mayoría de los países legislaron en materias indígenas.
El movimiento indígena boliviano tiene dos corrientes que en muchos casos se enfrentan, uno de ellos es el katarismo aymara del Altiplano y el movimiento quechua de los productores de coca de Chapare.
El katarismo es uno de los movimientos indígenas más antiguos, está presente desde la década de los setenta su programa incluye la reconquista de la tierra, la revolución agraria, la industrialización del país, la lucha contra la corrupción y la defensa del cultivo de hojas de coca. Además la reconstitución de de los valores ancentrales “ama sua, ama llulla, ama q’ella” (no seas ladron, no seas mentiroso y no seas flojo) y del antiguo Collasuyo en el cual no habrá “hambre ni miseria”.
En cuanto al movimiento quechua de los productores de coca encabezados por Evo Morales, funda su propio partido en 1987 el MAS (Movimiento al Socialismo), su discurso se basa en la defensa de la hoja de coca y la oposición a la erradicación de los cultivos. No exigen cambios en el modelo político sólo exigían el cumplimiento de los compromisos y la mejora en las condiciones de vida.
El movimiento indígena boliviano a diferencia de otros movimientos indígenas se caracterizan por su capacidad de movilización en acción directa, para ejercer presión al gobierno se han utilizado marchas, huelgas de hambre, paros y bloqueos de caminos.
Desde 1990 han tenido lugar distintas movilizaciones una de ellas es la “Marcha por el territorio y la Dignidad”, la “Guerra del Agua” y la “Guerra del Gas”. El primero de estos movimientos reunió a distintas organizaciones en un solo movimiento social. Se encontraban adheridos al movimiento las etnias de la selva, los cocaleros, los aymaras y los quechuas. La intención era mostrar resistencia frente a las políticas económicas y discriminatorias del Estado boliviano.
El movimiento alcanzaba popularidad a medida que avanzaba y se unían distintos pueblos indígenas para luchar contra el colonialismo aspirando a convertirlo en la era del nuevo Pachacuti, o sea, el retorno de los tiempos gloriosos que cambiaría la suerte de los “hijos del sol”
El otro movimiento importante es la “Guerra del Agua” fue uno de los mayores levantamientos indígenas comienza en abril de 2000 como respuesta al intento del Estado de privatizar el agua, los pueblos indígenas se articularon en la Coordinadora Departamental por la Defensa del agua. El alza del precio del agua potable provocó la protesta de los cochabambinos que hicieron barricadas, incendiaron edificios de los poderes locales, sustituyendo incluso a la policía. Las carreteras fueron bloqueadas por los aymaras en Cochabamba, con Felipe Quispe a la cabeza y por los cocaleros liderados por Evo Morales. El gobierno de la época dictó el estado de sitio en el país y recurrió a la intervención militar que llevó a la muerte a tres personas, dos campesinos y un militar.
La “Guerra del Agua” tuvo una segunda etapa que incluyó de parte del gobierno un nuevo intento por privatizar las vertientes y los ríos administrados por los indígenas. El movimiento indígena retomó el bloqueo de caminos que duró casi un mes. Esta movilización fue masiva y destacó sobre todo la participación de los aymaras. La lucha tomó más fuerza y amenazaron a las autoridades del país con sacar al Presidente de la República y a los parlamentarios para recuperar lo que les corresponde. En La Paz hubo desabastecimiento de productos alimenticios por lo tanto el gobierno se vio obligado a negociar.
El cuarto enfrentamiento entre los indígenas y el gobierno fue el de 2003 conocido también como al “Guerra del Gas”, que se produce para exigir la estatización de los hidrocarburos y la industrialización del gas boliviano. Este movimiento abarcó cinco departamentos: La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca. A pesar de la alta representatividad que obtuvieron los indígenas en las elecciones de 2002, la coalición de partidos tradicionales como el MNR y el MIR aprobaba leyes desfavorables para el sector popular. Entre las leyes que se promulgaron para debilitar el movimiento indígena esta la “Ley de Seguridad Ciudadana” que sancionaba el bloqueo de caminos
El movimiento indígena en Bolivia ha traído a la discusión temas que habían permanecido en la inercia, como el de la “nación” boliviana que no es entendida para todos igual. La elite criolla que enmarcada en las “estructuras tradicionales” en las cuales se marginaba a la mayoría indígena, y en la cual se trataban de establecer como una nación homogénea étnica y culturalmente, frente a la otra visión que esta por la incorporación de todos los pueblos como etnias diferentes que conforman un país en el cual, si bien, cada uno es boliviano se reconoce su pertenencia a un grupo étnico en particular, es decir, un camino hacia una nación “pluricultural”.
¿CÓMO COMBINAR DEMOCRACIA E IDENTIDAD?
Chiapas: México 1994. Resurgimiento del “México profundo”. Los insurgentes habían dejado de ser indígenas arcaicos, aplastados por la dependencia. Son indígenas modernos que han marcado sus distancias respecto de sus antiguas comunidades, buscando construir su propia historia y exigiendo ser reconocidos y respetados.
No sólo podemos referirnos a Chiapas, pues también ha habido otros movimientos de liberación indígena latinoamericanos en las últimas tres décadas, tales como el levantamiento de los indígenas de la sierra en Ecuador (1990) o el Katarismo boliviano. Además ha habido intentos de incorporarse, como el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en Colombia o las gestiones de integración desarrolladas por Rigoberta Menchú en Guatemala.
Todos estos movimientos generan una nueva modernidad al vincular en la tensión de la identidad e integración, cultura y economía, utopía y pragmatismo, razón y corazón, particularidad y universalidad. Si la insurrección zapatista tuvo desde un principio tanto eco en todo el mundo, se debe sin duda a que rehusó ser tratada como un problema solamente local, regional o minoritario, al lanzar de golpe, y de manera espectacular, los cuestionamientos políticos e intelectuales que hoy son fundamentales en todas las sociedades.
La lucha de Chiapas exige reformas económicas, sociales, políticas y culturales que ponen en peligro los intereses creados, las inercias y los programas de modernización excluyentes.
La naturaleza y el sentido del zapatismo provienen de un actor social y étnico que se lanza a un levantamiento armado proyectándose en la escena política. Agotada otra vía para hacer escuchar sus aspiraciones y sus demandas, forma un movimiento armado y busca construir un movimiento político civil cuyo propósito no es la toma del poder.
El zapatismo no supone un repliegue comunitario ni un nacionalismo cerrado. Articula experiencias de comunidades heterogéneas; la democracia nacional y el proyecto de una sociedad de sujetos, individuales y colectivos, que se reconozcan y puedan respetarse en su diversidad; lucha por un mundo donde quepan muchos mundos, un mundo que sea uno y diverso.
El actor zapatista es étnico, nacional y universal. Se quiere mexicano pero sin dejar de ser indígena, quiere un México donde pueda ser reconocido y escuchado. Es universal, no a pesar de su propia identidad indígena, sino a causa de esta.
El Subcomandante Marcos afirma que lo que le da su dimensión universal al zapatismo es precisamente el contenido indígena que lo lleva a elaborar un lenguaje simbólico particular para proyectarlo en la escena internacional. Esa universalidad debe entenderse de dos maneras. Desde una perspectiva ética clásica, en que el indígena, discriminado, siempre en minoría, es portador de la reivindicación igualitaria de todo ser humano. Pero también debe entenderse en la perspectiva de un sujeto que combina en su afirmación el sentido ético y étnico, que encuentra lo universal en lo particular.
Los pueblos indios de México están librando una lucha pacífica que encabeza el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En ella plantean una alternativa al mundo actual y el esbozo de una nueva “civilización”. En sus contingentes no sólo se encuentran los herederos de una lucha de resistencia que dura más de quinientos años, es decir, los herederos de los mayas, sino también quienes vienen de los movimientos más recientes del pensamiento revolucionario y de la teología de la liberación.
La transformación del proyecto militar en un proyecto de luchas políticas, más que deberse a la iniciativa del gobierno obedeció a la enorme movilización de la sociedad civil en contra de la guerra. Los dirigentes del EZLN fueron impulsados por las propias masas indígenas y su cultura de la resistencia a defender y construir un proyecto centrado en los derechos de los pueblos indios, respecto a su autonomía y dignidad, a sus tierras, su cultura y representación en el Estado. El proyecto se inscribió en la transición a la democracia con un gran apoyo de los mexicanos y que incluyó a los pueblos indios como actores políticos con plenos derechos. En los Diálogos para la paz las organizaciones de los pueblos indios reiteraron constantemente su oposición a cualquier intento separatista. En sus discursos junto a los valores propios defendieron los valores universales. Lo indígena se transformó en lo nacional y lo universal.
La solidaridad internacional fue en aumento y se apropió de muchos de los valores zapatistas. A las formas tradicionales de comunicación, los zapatistas sumaron las más avanzadas técnicas electrónicas y nuevas formas de narrar y convencer.
Los Diálogos de San Andrés se desarrollaron bajo la protección de una Ley especial de Paz y Conciliación que dio garantías a los rebeldes para organizar encuentros políticos. Los Diálogos fueron firmados por el Poder Ejecutivo, el poder Legislativo (representado por miembros de todos los partidos políticos), y el EZLN. Estos acuerdos fueron una de las declaraciones políticas más importantes a nivel mundial, pues no sólo precisaban los derechos de los pueblos indios a la autonomía de sus gobiernos y a la preservación de su cultura, sino que apuntaban también a construir un Estado pluriétnico que fortaleciera la unidad en la diversidad y la articulación de las comunidades, con inclusión de lo particular y universal. Este pacto incluiría por lo tanto el derecho a la igualdad y a la diferencia.
A poco tiempo de los acuerdos de San Andrés, el Ejecutivo los desconoció, llegando incluso a organizar fuerzas paramilitares (entrenadas por el propio ejército), y comenzó la expulsión de los pueblos de sus tierras. Sin embargo, a pesar de lo anterior, no se logró acabar con la dirigencia zapatista, ni evitar la reorganización de la resistencia indígena. Por otra parte, se sumaría un renovado apoyo de la sociedad civil a la búsqueda de una solución pacífica.
Tras un proceso de marcada violencia y racismo, triunfó la conciliación y la paz, retomando en varias ocasiones la iniciativa política, aunque a ratos bastante empantanada.
Con la alternancia política que se desarrolló en México a partir del año 2000, el Poder Ejecutivo hizo suyo el Proyecto de Derechos y Cultura Indígena y otorgó las garantías para que el EZLN hiciera multitudinarias marchas por trece Estados en apoyo del proyecto. El despliegue de los líderes indígenas fue de tal calidad y cercanía que la opinión pública se maravilló.
Aunque el éxito fue evidente, faltaban tres aspectos fundamentales para renovar el diálogo entre rebeldes y gobierno: la aprobación del Proyecto de Derechos y Cultura de los Pueblos Indios, la desocupación de siete bases militares instaladas en el territorio de los pueblos rebeldes, y la liberación de los presos políticos indígenas. Los dos últimos aspectos empezaron a cumplirse, pero el primero sería constantemente rechazado por el Legislativo. Respecto a esto último, el Congreso se dedicaría a aprobar reformas contrarias a las del Acuerdo de San Andrés, con lo cual quedaría deslegitimado como institución, no por culpa del EZLN, sino por las prácticas viciadas de la clase política, más preocupada de cubrir sus propios intereses.
El EZLN es simultáneamente un ejército y una organización política. Como ejército lucha por derrotar la guerra, por crear las condiciones que le permitan desaparecer diluyéndose en la construcción de una ciudadanía posible: “Por eso nos hicimos soldados, para que un día no sean necesarios los soldados”. EZLN, 1994, Documentos y comunicados. Como organización política lucha por desdibujar las fronteras que hacen de lo político un espacio restringido, por conseguir una democracia que reconozca la inevitabilidad de la diferencia y encuentre un modo digno de convivir con ella.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, el sistema político se mostró incapaz de acoger las demandas de los zapatistas: “¿Y si nos vuelven a cerrar las puertas? ¿Y si la palabra no logra saltar los muros de la soberbia y de la incomprensión? ¿Y si la paz no es digna y verdadera, quién -preguntamos- nos negará el sagrado derecho de vivir y morir como hombres y mujeres dignos y verdaderos? ¿Quién nos impedirá entonces vestirnos otra vez de guerra y muerte para caminar la historia?”. EZLN, 1994.
El zapatismo puede considerarse como un movimiento postmoderno, en la medida que es un movimiento histórico que ocurre y aprovecha las experiencias históricas de los proyectos anteriores socialdemócratas, nacionalista-revolucionarios y comunistas, para no cometer los errores que aquellos cometieron; que hace suya en lo que vale y en lo que le es útil la revolución tecnológica de nuestro tiempo, con todas las implicaciones que tiene en los conceptos, en la comunicación y el diálogo; que relee el proyecto universal desde el proyecto local y nacional y que, sin caer en las generalizaciones del saber único, tampoco se queda en los particularismos. El movimiento zapatista del siglo XXI combina el conjunto en un proyecto universal que incluye lo uno y lo diverso.
“Es la hora de la palabra.
Guarda entonces el machete. Sigue afilando la esperanza. Camina, camina y habla. Baja de la montaña y busca el color de la tierra que en este mundo anda. Sé pequeño frente al débil y junto con él hazte grande. Sé grande frente al poderoso y no consientas en silencio para el nosotros que a tu paso se ensancha. Haz lugar para todos los colores que con el color de la tierra andan. En el séptimo día entonces llega, llega y busca del color de la tierra la dignidad común levantada”. Subcomandante Marcos.
Los hombres y mujeres del maíz, sin voz y sin rostro, que tuvieron que empuñar las armas para hacerse oír y cubrirse el rostro para ser vistos reclaman su lugar en la patria: “Lo que pedimos y lo que necesitamos los pueblos indígenas no es un lugar grande ni un lugar chico, sino un lugar digno dentro de nuestra nación; un trato justo, un trato de iguales, ser parte fundamental de esta gran nación; ser ciudadanos con todos los derechos que merecemos como todos; que nos tomen en cuenta y nos traten con respeto…”. Comandante David.
No sólo podemos referirnos a Chiapas, pues también ha habido otros movimientos de liberación indígena latinoamericanos en las últimas tres décadas, tales como el levantamiento de los indígenas de la sierra en Ecuador (1990) o el Katarismo boliviano. Además ha habido intentos de incorporarse, como el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en Colombia o las gestiones de integración desarrolladas por Rigoberta Menchú en Guatemala.
Todos estos movimientos generan una nueva modernidad al vincular en la tensión de la identidad e integración, cultura y economía, utopía y pragmatismo, razón y corazón, particularidad y universalidad. Si la insurrección zapatista tuvo desde un principio tanto eco en todo el mundo, se debe sin duda a que rehusó ser tratada como un problema solamente local, regional o minoritario, al lanzar de golpe, y de manera espectacular, los cuestionamientos políticos e intelectuales que hoy son fundamentales en todas las sociedades.
La lucha de Chiapas exige reformas económicas, sociales, políticas y culturales que ponen en peligro los intereses creados, las inercias y los programas de modernización excluyentes.
La naturaleza y el sentido del zapatismo provienen de un actor social y étnico que se lanza a un levantamiento armado proyectándose en la escena política. Agotada otra vía para hacer escuchar sus aspiraciones y sus demandas, forma un movimiento armado y busca construir un movimiento político civil cuyo propósito no es la toma del poder.
El zapatismo no supone un repliegue comunitario ni un nacionalismo cerrado. Articula experiencias de comunidades heterogéneas; la democracia nacional y el proyecto de una sociedad de sujetos, individuales y colectivos, que se reconozcan y puedan respetarse en su diversidad; lucha por un mundo donde quepan muchos mundos, un mundo que sea uno y diverso.
El actor zapatista es étnico, nacional y universal. Se quiere mexicano pero sin dejar de ser indígena, quiere un México donde pueda ser reconocido y escuchado. Es universal, no a pesar de su propia identidad indígena, sino a causa de esta.
El Subcomandante Marcos afirma que lo que le da su dimensión universal al zapatismo es precisamente el contenido indígena que lo lleva a elaborar un lenguaje simbólico particular para proyectarlo en la escena internacional. Esa universalidad debe entenderse de dos maneras. Desde una perspectiva ética clásica, en que el indígena, discriminado, siempre en minoría, es portador de la reivindicación igualitaria de todo ser humano. Pero también debe entenderse en la perspectiva de un sujeto que combina en su afirmación el sentido ético y étnico, que encuentra lo universal en lo particular.
Los pueblos indios de México están librando una lucha pacífica que encabeza el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En ella plantean una alternativa al mundo actual y el esbozo de una nueva “civilización”. En sus contingentes no sólo se encuentran los herederos de una lucha de resistencia que dura más de quinientos años, es decir, los herederos de los mayas, sino también quienes vienen de los movimientos más recientes del pensamiento revolucionario y de la teología de la liberación.
La transformación del proyecto militar en un proyecto de luchas políticas, más que deberse a la iniciativa del gobierno obedeció a la enorme movilización de la sociedad civil en contra de la guerra. Los dirigentes del EZLN fueron impulsados por las propias masas indígenas y su cultura de la resistencia a defender y construir un proyecto centrado en los derechos de los pueblos indios, respecto a su autonomía y dignidad, a sus tierras, su cultura y representación en el Estado. El proyecto se inscribió en la transición a la democracia con un gran apoyo de los mexicanos y que incluyó a los pueblos indios como actores políticos con plenos derechos. En los Diálogos para la paz las organizaciones de los pueblos indios reiteraron constantemente su oposición a cualquier intento separatista. En sus discursos junto a los valores propios defendieron los valores universales. Lo indígena se transformó en lo nacional y lo universal.
La solidaridad internacional fue en aumento y se apropió de muchos de los valores zapatistas. A las formas tradicionales de comunicación, los zapatistas sumaron las más avanzadas técnicas electrónicas y nuevas formas de narrar y convencer.
Los Diálogos de San Andrés se desarrollaron bajo la protección de una Ley especial de Paz y Conciliación que dio garantías a los rebeldes para organizar encuentros políticos. Los Diálogos fueron firmados por el Poder Ejecutivo, el poder Legislativo (representado por miembros de todos los partidos políticos), y el EZLN. Estos acuerdos fueron una de las declaraciones políticas más importantes a nivel mundial, pues no sólo precisaban los derechos de los pueblos indios a la autonomía de sus gobiernos y a la preservación de su cultura, sino que apuntaban también a construir un Estado pluriétnico que fortaleciera la unidad en la diversidad y la articulación de las comunidades, con inclusión de lo particular y universal. Este pacto incluiría por lo tanto el derecho a la igualdad y a la diferencia.
A poco tiempo de los acuerdos de San Andrés, el Ejecutivo los desconoció, llegando incluso a organizar fuerzas paramilitares (entrenadas por el propio ejército), y comenzó la expulsión de los pueblos de sus tierras. Sin embargo, a pesar de lo anterior, no se logró acabar con la dirigencia zapatista, ni evitar la reorganización de la resistencia indígena. Por otra parte, se sumaría un renovado apoyo de la sociedad civil a la búsqueda de una solución pacífica.
Tras un proceso de marcada violencia y racismo, triunfó la conciliación y la paz, retomando en varias ocasiones la iniciativa política, aunque a ratos bastante empantanada.
Con la alternancia política que se desarrolló en México a partir del año 2000, el Poder Ejecutivo hizo suyo el Proyecto de Derechos y Cultura Indígena y otorgó las garantías para que el EZLN hiciera multitudinarias marchas por trece Estados en apoyo del proyecto. El despliegue de los líderes indígenas fue de tal calidad y cercanía que la opinión pública se maravilló.
Aunque el éxito fue evidente, faltaban tres aspectos fundamentales para renovar el diálogo entre rebeldes y gobierno: la aprobación del Proyecto de Derechos y Cultura de los Pueblos Indios, la desocupación de siete bases militares instaladas en el territorio de los pueblos rebeldes, y la liberación de los presos políticos indígenas. Los dos últimos aspectos empezaron a cumplirse, pero el primero sería constantemente rechazado por el Legislativo. Respecto a esto último, el Congreso se dedicaría a aprobar reformas contrarias a las del Acuerdo de San Andrés, con lo cual quedaría deslegitimado como institución, no por culpa del EZLN, sino por las prácticas viciadas de la clase política, más preocupada de cubrir sus propios intereses.
El EZLN es simultáneamente un ejército y una organización política. Como ejército lucha por derrotar la guerra, por crear las condiciones que le permitan desaparecer diluyéndose en la construcción de una ciudadanía posible: “Por eso nos hicimos soldados, para que un día no sean necesarios los soldados”. EZLN, 1994, Documentos y comunicados. Como organización política lucha por desdibujar las fronteras que hacen de lo político un espacio restringido, por conseguir una democracia que reconozca la inevitabilidad de la diferencia y encuentre un modo digno de convivir con ella.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, el sistema político se mostró incapaz de acoger las demandas de los zapatistas: “¿Y si nos vuelven a cerrar las puertas? ¿Y si la palabra no logra saltar los muros de la soberbia y de la incomprensión? ¿Y si la paz no es digna y verdadera, quién -preguntamos- nos negará el sagrado derecho de vivir y morir como hombres y mujeres dignos y verdaderos? ¿Quién nos impedirá entonces vestirnos otra vez de guerra y muerte para caminar la historia?”. EZLN, 1994.
El zapatismo puede considerarse como un movimiento postmoderno, en la medida que es un movimiento histórico que ocurre y aprovecha las experiencias históricas de los proyectos anteriores socialdemócratas, nacionalista-revolucionarios y comunistas, para no cometer los errores que aquellos cometieron; que hace suya en lo que vale y en lo que le es útil la revolución tecnológica de nuestro tiempo, con todas las implicaciones que tiene en los conceptos, en la comunicación y el diálogo; que relee el proyecto universal desde el proyecto local y nacional y que, sin caer en las generalizaciones del saber único, tampoco se queda en los particularismos. El movimiento zapatista del siglo XXI combina el conjunto en un proyecto universal que incluye lo uno y lo diverso.
“Es la hora de la palabra.
Guarda entonces el machete. Sigue afilando la esperanza. Camina, camina y habla. Baja de la montaña y busca el color de la tierra que en este mundo anda. Sé pequeño frente al débil y junto con él hazte grande. Sé grande frente al poderoso y no consientas en silencio para el nosotros que a tu paso se ensancha. Haz lugar para todos los colores que con el color de la tierra andan. En el séptimo día entonces llega, llega y busca del color de la tierra la dignidad común levantada”. Subcomandante Marcos.
Los hombres y mujeres del maíz, sin voz y sin rostro, que tuvieron que empuñar las armas para hacerse oír y cubrirse el rostro para ser vistos reclaman su lugar en la patria: “Lo que pedimos y lo que necesitamos los pueblos indígenas no es un lugar grande ni un lugar chico, sino un lugar digno dentro de nuestra nación; un trato justo, un trato de iguales, ser parte fundamental de esta gran nación; ser ciudadanos con todos los derechos que merecemos como todos; que nos tomen en cuenta y nos traten con respeto…”. Comandante David.
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